A mediados del siglo XVIII, junto con importantes avances tecnológicos, como la invención de la máquina de vapor o la hiladora mecánica, nació un proceso de transformación en los modos de producción y comercialización de bienes sin precedentes para la humanidad.
Esta transformación, más bien conocida como Revolución Industrial, trajo consigo cambios que ni de lejos se limitan puramente a los tecnológicos o económicos, como son, por ejemplo, la creación de una clase trabajadora y urbana. Así mismo, a medida que esta nueva clase social se acomodaba en las grandes urbes para trabajar en las fábricas, emergió la necesidad de crear espacios de trabajo cerca de estas para monitorear la gran cantidad de mano de obra y así fundar lo que hoy en día conocemos como la oficina moderna.
Y aquí seguimos, 200 años después, y la función básica de la oficina persiste. Incluso el boom del internet o los precios disparatados del alquiler en grandes urbes como Hong Kong o Londres no resultaron ser una amenaza lo suficientemente grande para acabar con la oficina y su función. Sin embargo, ahora el COVID-19 parece estar desafiando este statu-quo.
Eso sí, si la oficina consiguió sobrevivir hasta al menos ahora, ¿es que debe tener sus ventajas verdad?
Muchos han defendido que al mantener los trabajadores bajo un mismo techo la productividad aumenta. Esto puede ser porque el empleador puede asegurar un espacio placentero para sus empleados, incrementando la productividad del trabajador y, por ende, el de la empresa. Es más, según El Economista (2015), muchos empleadores afirman que (o solían afirmar que) prefieren invertir más dinero en una buena oficina- céntrica y agradable, que atraiga y retenga talento. También está altamente aceptado que, cuando los empleados interactúan más entre sí, sobre todo informalmente como puede ser fumarse un cigarrillo en la entrada de la oficina, aumenta la probabilidad de que estos estén inducidos a generar ideas innovadoras. No obstante, la pandemia global y sus implicaciones han desafiado la validez de estos argumentos.
Varios estudios han demostrado que el teletrabajo ha sido de gran agrado para muchos empleados. Por ejemplo, según un estudio de El Mercurio (2021), un 67% de los trabajadores valora positivamente el teletrabajo, y, en American Economic Review (2017), demuestran que los trabajadores están dispuestos a renunciar a un 8% de su sueldo a cambio de poder trabajar desde casa. Es más, no debería sorprendernos que un estudio realizado por Kahneman (2004) demuestra que desplazarse al trabajo es de las actividades menos agradables que realizamos los humanos. Otros incluso demuestran que los desplazamientos largos al trabajo impiden que las personas gocen de su trabajo y vida.
Teniendo en cuenta esto, y sabiendo que el trabajador feliz es más productivo, parecería ser que el teletrabajo debería ser preferido tanto por los empleados como los empleadores. Ahora sí, en el mismo estudio de el Mercurio, los teletrabajadores afirman que las condiciones ambientales para hacer trabajo son mejores en la oficina y que su carga laboral en casa ha aumentado. Además, puede que plataformas como Zoom o Teams sean igual de eficientes que la oficina para hospedar reuniones -o incluso más según estudios que afirman que la duración media de reuniones es mucho más corta cuando estas se realizan en línea, pero dudo que se planifiquen encuentros para fumarse un cigarrillo virtual.
¿Y dónde nos deja esto?
Según The Economist (2020), los empleadores ahora se enfrentan al reto de conservar y mejorar la felicidad y capacidades innovadores de sus empleados, quizá a través de modelos híbridos con reuniones semipresenciales, una o dos veces al mes (volviendo al estudio de el Mercurio, el 64% de los teletrabajadores optaría por esta situación), puesto que es obvio que la oficina presenta sus ventajas y desventajas, y que lo que supone una ventaja para el empleado, también lo es para el empleador. Es por eso por lo que la oficina siempre tendrá su utilidad. Ahora sí, quizá este espacio deje de tener como función principal el monitoreo de empleados, sino que, esta se convierta en el impulso para la interacción social para el bien de sus colaboradores y la empresa.
Simon Vullinghs es Economista con especialización en Mercados Emergentes de la Universidad de Maastricht (Holanda). Está encargado de proyectos de investigación en Transformación Digital, MiPymes e Investigación / Análisis de Mercados. Desde el 2021 es Consultor Asociado de GIA Consultores.